Tengo
una rara e incurable enfermedad, que me hace estar siempre el primero en las listas de trasplantes. Yo no tengo
nada que ver, es mi cuerpo, que últimamente le ha dado por autodestruirse. En
el hospital no hay muchas formas de matar el tiempo, así que cuando no estoy en
la sala de operaciones, me cuelo en la habitación de los archivos ultra
secretos, e investigo. Y he descubierto muchas cosas.
Mi pulmón perteneció a un imprudente
motorista que murió bajo los efectos de la lluvia y la velocidad. Por eso en
las noches de tormenta, mis alveolos me mandan descargas de adrenalina. Ya me
estoy acostumbrando, pero al principio era raro sentir toda esa energía sin
motivo aparente. Mi corazón perteneció a alguien que lo donó a la ciencia. Me
resulta curioso que los médicos pensaran que ciencia podía ser yo. A veces
pienso que me viene grande el trabajo, porque mi cuerpo nunca hace lo que se
espera de él, pero era eso o la muerte, así que no me quedó otra que aceptar.
No he llegado a descubrir todavía a quien perteneció la piel de mis manos, pero
estoy seguro que a alguien del campo, porque todo lo que toco parece tierra
mojada.
Ahora es mi hígado el que está
fallando. Culpa mía esta vez. Pero a mi donante y a mí nos quedan aún muchas
semanas para estar sobrios. Espero que mi cuerpo por una vez se comporte y no
decida gastarme justo ahora, la bromita de fallo multiorgánico.
Bea Fernandez.
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