domingo, 11 de noviembre de 2012

Rojo


          No era más que una mancha escarlata que se extendía sobre una superficie blanco perlado. De mi vientre brotaba rojo. Un rojo espeso, doloroso, infeccioso y consumidor. Un rojo que dolía mirar. Un rojo hipnotizante. Un rojo que me subía a los ojos y me hacía ver  de color rojo. Un rojo antiguo, como las cortinas de terciopelo de los teatros barrocos, pero a la vez un rojo nuevo, como el rojo que mana de una herida recién abierta. Un rojo que arrasaba con rojo, un rojo devastador. En mi mente solo cabía el rojo, y mis ideas de vivos y variados colores habían escapado para rebotar, cual enjambre de insectos, sobre las paredes del iglú. Mis manos estaban rojas y mi corazón empezaba a sentir la falta de rojo en su interior.

          Rápidamente, como un relámpago en un cielo tormentoso, el rojo terminó de comerse al indefenso blanco, y derritió por completo las paredes del iglú. Mis coloreadas ideas se dispersaron en la negrura de la noche y mi último aliento se escapó con ellas. Mi cuerpo, ahora de color burdeos quedó a la intemperie para deleite de los carnívoros árticos.

Bea Fernandez.


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