Tumbado
en la mesa de operaciones, mientras los médicos hurgaban en su cavidad torácica
para extraerle el corazón, Mariano pensó que la vida tiene una forma muy
paradójica de reírse de las personas.
Rosita
y él habían sido vecinos de todas las formas posibles, vecinos de pupitre, de
despacho, de casa... Incluso “vecinos de amor”, queriéndose mucho, pero sin
compartir hogar. La razón: una “valla”, en forma de perro y llamada Lucerito, separaba
sus corazones. Mariano amaba su jardín, y Lucerito dedicaba todos sus ratos
libres a destrozarlo, cosa que traía a los respectivos dueños por la calle de,
fuego abierto, a discreción y sálvese quien pueda…
Pero
cuando ella le contó, con ojos vidriosos, que Lucerito necesitaba un corazón,
él se lanzó resuelto a la aventura de donárselo. Antes de rendirse al sueño,
Mariano pensó: “Mato dos pájaros de un tiro, mi corazón estará con ella, y
Lucerito amará mi jardín”.
Bea Fernandez.
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